Uno de los puntos imprescindibles de la peregrinación turística por Buenos Aires es el Teatro Colón, inaugurado a principios del siglo XX en plena eclosión del modernismo.
Globo granate: Jardín Japonés / globo amarillo: Rosedal / globo verde: Teatro Colón / globo azul: Galerías Pacífico
Había llegado el último día de viaje, el remate final después de tres semanas de periplo argentino y lo dedicamos a visitar la parte más elegante y refinada de Buenos Aires, empezando por el Teatro Colón. Sin demasiadas actividades en cartera para esa jornada fuimos tranquilamente por la mañana a comprar las entradas para la visita guiada que cada quince minutos se hace por las dependencias del teatro (250 pesos por persona, alrededor de 15 euros) pues lo que no entraba en nuestros planes era asistir a ninguna representación. Como no habíamos madrugado demasiado para cuando llegamos ya no había billetes hasta el mediodía, por lo que decidimos dejarlo para el último pase, el de las cinco de la tarde, e invirtiendo el orden de visitas empezamos la ruta yendo al barrio de Palermo y, más concretamente, al Jardín Japonés que hay al lado del Parque 3 de Febrero.
Caminando junto al zoológico, que debería estar cerrado como se anunció hace unos meses pero por desgracia sigue en funcionamiento con el engañoso nombre de Ecoparque, encontramos en el suelo homenajes a las víctimas de la dictadura que nos recuerdan la terrible historia reciente del país.
Entrando ya en el parque también vimos a los famosos paseadores de perros, que existen de verdad, no soy una leyenda urbana. Como esta de la foto los había por docenas con docenas de animales, es decir todo lo contrario a lo que se supone debe ser un paseo relajante.
El Jardín Japonés (70 pesos por persona, unos 4 euros) se inauguró en la década de los 60 y, como su propio nombre indica, es el rincón bonaerense donde se encuentra una buena variedad de flora dispuesta al modo de aquel país, o al menos tal como lo vi en San Francisco, de momento el otro jardín japonés que he visitado. Un gran lago central atravesado por algunos puentes y con pequeñas islitas en su interior conforman un espacio único en la ciudad.
Me gustó mucho el jardín y dimos un bonito paseo por todos sus rincones, intentando huir del agobiante calor que empezaba a hacer en esa mañana primaveral. Lo que me gustó menos, o directamente me pareció horrible, aunque inevitable, es la cercanía del parque con la vida urbana, por lo que el ruido del tráfico de las avenidas que pasan justo al lado era no sólo incesante sino irritante. Con semejante bullicio resulta difícil conseguir algo de la paz imprescindible para disfrutar de un lugar tan bucólico.
Dejando de lado este inconveniente, el lugar es realmente bonito y muy fotogénico. Como no es excesivamente grande en una hora se puede recorrer perfectamente y aún sobra tiempo para intentar hacer la foto del puente sin ninguna persona encima.
En un día tan primaveral cuadraba perfectamente el siguiente destino: el Rosedal que hay dentro del Parque 3 de Febrero. Distante un breve paseo del Japonés, antes de llegar nos encontramos una reunión de patos que formaban parte del paisaje urbano, de hecho de lejos pensé que era un grupo escultórico pues me parecía irreal ese saber estar junto al intenso tráfico.
Pero no, eran auténticos y enormes, sólo estaban algo desplazados de su hábitat normal, un enorme lago que ocupa una buena parte del parque.
Entramos al 3 de febrero, un parque público y gratuito, y para llegar hasta la zona de las rosas pasamos por el Jardín de los Poetas, un sector adornado con los bustos de numerosos poetas.
Según información sacada de wikipedia, hay 18.000 rosales en el parque. Obviamente no me puse a contarlos pero el efecto que hacían todas estas rosas era espectacular.
Diferentes son las variedades de rosa, hasta 1.000 según la misma fuente anterior. Por supuesto, soy incapaz de distinguirlas, sólo sé que me parecieron todas igual de bonitas.
Las flores eran divinas y el conjunto general del parque estaba también a la altura de sus protagonistas. Tanto el lago como el entorno invitaban a disfrutar, ahora sí por fin lejos del ruido, en uno de los lugares más agradables de la ciudad, donde la calma parece un lujo.
Hasta un patio andaluz donado por la ciudad de Sevilla adorna un rincón del parque.
Aún quedaba un buen rato por delante hasta la hora de la visita al Teatro Colón, pero una vueltecita por Palermo y unos bocadillos que tardaron una eternidad en servirnos casi nos obligaron a correr para llegar a tiempo. Pero lo conseguimos y hasta tuvimos que esperar un poco.
Inaugurado a principios del XX, casi un siglo después el Teatro Colón sufrió una profunda restauración que duró nueve años y costó lo que no está escrito con el objetivo de devolverle el esplendor de sus mejores tiempos. El edificio es magnífico se mire como se mire, pero la visita guiada no estuvo a la altura de tan soberbio lugar, parecía que la guía tuviera prisa por acabar cuanto antes, en algunas salas no se podía entrar porque estaban dando un concierto y al teatro tampoco se podía bajar. La cuestión es que aunque duró el tiempo previsto tuve la sensación de que merece más que un vistazo tan rápido. Por suerte, está permitido hacer fotos.
Las vidrieras modernistas, acordes con la época de construcción, es uno de los elementos decorativos más destacables y bonitos.
La sala principal también sobresale por sus dimensiones, ya que es una de las más grandes del mundo. La elegante combinación de rojo y dorado le da un aire de lo más señorial, lo cual encaja perfectamente en un lugar así.
Poco quedaba por hacer una vez finalizada la visita al Teatro Colón salvo las compras de última hora y nada mejor para ello que ir a dar una vuelta por la calle Florida y entrar en las Galerías Pacífico. Tiendas de souvenirs típicas y tópicas no encontré ni una y en el centro comercial era todo demasiado lujoso para convertirse en recuerdo del viaje, pero alguna cosita pude conseguir. Chocante resultó toparnos con un árbol de navidad yendo en manga corta.
Las galerías en sí no son nada extraordinario salvo por los artículos que se puedan encontrar dentro y que no eran de mi interés, pero encantadores me parecieron los frescos pintados en 1945 en la cúpula central por diferentes artistas argentinos.
Una cena carente de relevancia camino del hotel y llegó la hora de preparar las maletas para embarcarnos la tarde siguiente en el vuelo transoceánico que duró casi todo un día. Para esa mañana había pensado intentar la visita a la Casa Rosada aprovechando que era sábado y los fines de semana hay tours gratuitos, pero no había ganas y además empezó a caer un gran chaparrón que nos quitó las pocas que teníamos. Nos refugiamos en la Librería El Ateneo a esperar que escampara y con el té que me tomé concluyó un intenso e inolvidable viaje por un fantástico país, Argentina, que acabó con ganas de que hubiera durado mucho más para visitar otras zonas a las que no pudimos llegar. Queda pendiente para un futuro, espero no muy lejano.